Eran alrededor de la 2pm cuando arribamos a la antigua capital del Imperio Inca sin ningún inconveniente más que el aburrimiento de haber pasado unas cuatro horas de escala en el Aeropuerto de Lima. Estaba un poco nerviosa pues había leído que muchos turistas experimentan soroche (mal de altura) pues Cusco está a una altitud de 3,400 metros sobre el nivel del mar. Afortunadamente jamás experimentamos ningún malestar salvo las palpitaciones al subir las cuestas de la ciudad.
Después de tomar un rico te de coca, cortesía del hotel, salimos a conocer (o en caso de Mr. Viking, redescubrir) la ciudad de Cusco. El clima era perfecto: el sol brillaba en lo alto pero no sentíamos ni frío ni calor. Durante toda nuestra estancia en Cusco se vislumbraron nubes densas en el horizonte pero nunca llovió a pesar de ser temporada de lluvias.
Nuestra primera parada fue Koricancha, el antiguo templo del sol que, a la llegada de los españoles, fue transformado en el Templo de Santo Domingo. Este lugar es el perfecto ejemplo de la herencia inca y española que predomina en Cusco.
Después tomamos algunas calles con el único fin de conocer y perdernos en tan linda ciudad. Aparecimos en la cuesta de San Blas y decidimos subirla para obtener algunas fotos en lo alto. ¡UFFFFF!. Mientras nosotros subíamos a paso cansado y sentíamos nuestro corazón acelerarse desde el primer escalón, los cusqueños subían y bajaban con mucha rapidez y sin denotar signo alguno de cansancio. Nuestra recompensa fue llegar a las curiosas y pacíficas calles en el Barrio de San Blas, que albergaban un sin número de comercios pequeños, restaurantes y hostales. Seguimos subiendo las inclinadas calles y llegamos a un mirador donde disfrutamos del aire fresco y del precioso horizonte.
Mi estómago empezó a rugir alrededor de las 4:30 por lo que bajamos a la Plaza de Armas para tomar una merecida cerveza Cusqueña y deleitarnos con algunos platillos peruanos. Los precios de los alimentos eran ligeramente más económicos que en México en restaurantes de igual categoría por lo que pudimos consentirnos con un par de Pisco Sours, cocktail típico del Perú.
Después de cargarnos de energía seguimos caminando por los alrededores y nos topamos con la Iglesia de San Francisco, la cual aún alberga el convento franciscano. Por 5 soles, un joven guía nos dio un recorrido por el convento explicando los lienzos principales, la historia del ante coro y coro así como el proceso de evangelización del Perú. También para beneplácito de Mr. Viking observamos las catacumbas pertenecientes a una acaudalada familia.
Como todavía estábamos cansados por el vuelo nocturno nos dirigimos al hotel para cenar ligero y probar más cocteles con Pisco. Antes hicimos una breve parada en un puesto de artesanías en donde le compramos a Copito un suéter de alpaca además de un ponchito muy cute que usará seguramente hasta el próximo invierno.
Ahora sí, era hora feliz. El Valle Sagrado nos esperaba al día siguiente.
**Gina