Después del acuario nos dirigimos al centro de la ciudad para almorzar. La lluvia había parado y pudimos caminar tranquilamente en las callecitas del área. No pudimos entrar a muchas de la calles porque nuestra carreola viajera es tipo sombrilla y no hubiese resistido el empedrado. Como dato cultural, en toda Escandinavia, las carreolas tienen llantas de bicicleta muy resistentes a este tipo de calle y de clima.
Escogimos el restaurante Egon, en Kjøttbasaren. El ambiente, casual y algo oscuro me gustó mucho. Había una pequeña área de juegos infantiles en donde entretuvimos a Copito algunos minutos antes de que devoráramos una deliciosa pizza. Los precios no son muy asequibles pero después de un día de paseo empujando 14 kilos de niño merecíamos una refrescante cerveza de .75 litros. En nuestros tiempos de solteros fabulosos (ahora somos casados fabulosos, por supuesto) hubiésemos preferido un tranquilo pub en el área estudiantil pero ahora Egon es el lugar ideal para tomar una cerveza con Copito.
De regreso a la casa, admiramos esta hermosa vista, la cual tres semanas después tendría aún más colores otoñales. Para ese entonces, el jet lag formaba parte del pasado y estábamos listos para recorrer nuevos caminos.
**Gina